Cruzas por el crepúsculo.
El aire tienes que separarlo
casi con las manos de tan denso,
de tan impenetrable.

Andas. No dejan huellas tus pies.
Cientos de árboles contienen
el aliento sobre tu cabeza.

Un pájaro no sabe que estás allí,
y lanza su silbido largo
al otro lado del paisaje.

El mundo cambia de color:
es como el eco del mundo.
Eco distante que tú estremeces,
traspasando las últimas fronteras
de la tarde.


Ángel González

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